Luchar contra la abundancia. Apuntes históricos sobre el medio ambiente y la ciudad. [1]
El agua como líquido vital posibilita los procesos de producción y reproducción de la vida en general y en particular, de la vida humana. Un factor determinante en la adaptación de los diversos grupos humanos a sus respectivos ambientes es su acceso al agua, así como su capacidad de controlarla, almacenarla y consumirla de distintas formas. La escasez del agua es un fenómeno multicausal, pero el estrés hídrico sobre fuentes de agua dulce y el cambio climático que ha modificado los ciclos hidrológicos han jugado un papel central en el problema en tiempos recientes.
En el caso de México, el problema del agua es crítico y ha estado constantemente en el radar de los problemas socioambientales. Con el paso del tiempo la cuestión se ha agudizado. En abril de este año el 85% del territorio nacional estaba en condiciones de sequía y las fotografías satelitales son abrumadoras. Las comunidades humanas han sido afectadas profundamente. Por una parte, las poblaciones rurales han recibido el golpe directamente pues sus actividades productivas (agricultura y ganadería) dependen por completo del abastecimiento de agua. Por otra, las poblaciones urbanas se han enfrentado a la escasez debido al crecimiento irregular y la desigualdad en el acceso al agua; el caso paradigmático es el Área Metropolitana de la Ciudad de México. Además, en el diagnóstico de este problema aparecen contradicciones que caracterizan el problema del agua. Por un lado, un territorio nacional que se reseca hasta la muerte, mientras las refresqueras explotan los manantiales obteniendo cientos de millones de litros de agua con concesiones por una bicoca. Por el otro, una ciudad que está al borde de la escasez de agua y cuya principal fuente de abastecimiento —el sistema Cutzamala— se le estiman no más de cincuenta años de vida, es aquejada constantemente por inundaciones, mismas que se dan en las zonas de la Ciudad en las que el drenaje y alcantarillado son precarios y que han crecido en lo que fue el lecho del lago. El déficit y el superávit de agua afectan por igual a una ciudad que se impuso sobre un espacio lacustre. Tenemos el agua hasta el cuello y a su vez, se nos escapa de entre las manos.
Lic. Ayamel Fernández
Especializado en Historia Ambiental por la UNAM.
I
La idea dicotómica que opone a la ciudad y a la naturaleza, y más aún al humano como un ser diferenciado de la naturaleza prístina, es uno de los pilares modernos del desarrollo y de las sociedades occidentales. Una mirada sugestiva sobre esta oposición la ha desarrollado el arquitecto Eyal Weizman, director de Forensic Architecture, en un análisis sobre el grabado de Abraham Bosse para la famosa portada de Leviathan de Thomas Hobbes. En el grabado aparece la figura del soberano sobre un bosque deforestado y en primer plano una ciudad. Sobre esta imagen Weizman considera que no es ninguna coincidencia, en el imaginario Europeo de ese tiempo la línea del bosque —o el inicio de la naturaleza— marcaba los límites de la soberanía, la producción económica y la extensión de la ley: “La soberanía sólo podía darse sobre la naturaleza cultivada -esto es, sobre los ecosistemas destruidos”. Así, para los filósofos europeos el estado de la naturaleza era el espacio previo al establecimiento del contrato social y la política. Esta idea se transformó radicalmente con el “descubrimiento" de nuevos territorios y la colonia, si antes el estado de la naturaleza era un estado dividido por el tiempo, antes de la transformación de la naturaleza, ahora era un estado dividido por el espacio, una división entre las ciudades y las áreas productivas y la naturaleza virginal o terra nullius, como la que habían encontrado en los nuevos continentes [2]. Por esto, tanto en las ciudades Europeas como en las nuevas colonias era fundamental no sólo dominar y conquistar el territorio, sino también transformarlo y modificarlo dentro de diversas lógicas productivas, tanto para poner a la merced del humano la terra nullius como para extender en el territorio la soberanía y la ley. Si trasladamos esta alegoría al espacio lacustre de la Cuenca de México, nos encontramos con que la terra nullius, era en realidad una tierra sumergida; un sistema de cinco lagos, sus humedales y las especies vegetales y animales de los ecosistemas lacustres.
II
La conquista como expresión de la voluntad de dominación por parte de los españoles fue posible por distintos factores. Además de las enfermedades, del sistema de alianzas con múltiples y numerosos grupos indígenas enemigos de los mexicas, las armas y herramientas de los españoles fueron elementos determinantes en la forja de la asimetría material con la que pudieron vencer a los mexicas. El establecimiento de un nuevo orden colonial dependía de cortar de tajo las raíces de dicho pueblo, tanto en el plano simbólico como en el concreto. Aquello que sustentaba al pueblo mexica y los arraigaba a su territorio, era el modo de vida en el espacio lacustre. La convivencia con los cinco lagos permitió a los mexicas apropiarse de un modo de transporte a través de las aguas, el sistema agrícola chinampero, el consumo de especies vegetales y animales para distintos fines, etc. La conquista total implicaba la destrucción de la base de la cultura de los mexicas que habitaban este espacio: el sistema lacustre. Así comenzó tempranamente la tarea de cambiar las aguas del lago por una ciudad.
Es común, que la historiografía orbite alrededor de los conceptos de conquista militar y una conquista religiosa como las fuentes radicales de transformación a lo largo de la época colonial. Sin embargo, y como sostenemos en este ensayo, una tercera vía para comprender el ímpetu transformador a lo largo de la colonia, durante el México Independiente e incluso hasta llegar al presente, es la conquista hídrica. Esta idea nos permitiría explicar el proceso histórico en el que, desde la colonia y hasta el presente, se ha luchado constantemente contra el agua, generando las obras de infraestructura hídricas más grandes del mundo, logrando transformar el paisaje de la Cuenca del Valle de México reemplazando las antiguas formas de organización política, económica y social del México Prehispánico por la lógicas de la ciudad derivadas del carácter occidental del virreinato.
Si bien la conquista militar permitió someter a los pueblos indígenas y establecer el poder de la Corona en el centro del país, y la conquista espiritual abrió el camino para la transformación cultural de las poblaciones indígenas, la conquista hídrica, fue el motivo por el cual se pudieron llevar a cabo y mantener las mencionadas transformaciones, por lo menos en la Cuenca de México. El interés por desecar los lagos desde la época colonial, cuando “parecería que los primeros conquistadores deseaban que el hermoso valle de Tenochtitlan se pareciera a la tierra de castilla, que es seca y desprovista de vegetación” permitió dominar y eliminar el elemento central que organizaba la vida de los pueblos originarios, el elemento que permitía el desarrollo económico y agrario mediante las chinampas y el centro en el cual se organizaba la vida cultural de la sociedad prehispánica. Con esto, al dominar y desaparecer el elemento natural y territorial en el cual se fundamentaba la vida, los conquistadores pudieron desarticular la organización indígena y por ende, someterla eficazmente.
A diferencia de gran parte de la conquista militar y espiritual, la conquista hídrica no terminó con la colonia. El proceso de búsqueda de dominación y control sobre el agua ha sido el leitmotiv de toda la historia urbana y ambiental de la cuenca de México. Más allá de entender el agua como un bien común, elemento protagónico del paisaje y fuente para el ordenamiento territorial, el agua se ha percibido como una amenaza contra la cual hay que luchar. Y aún más, el agua desde la época colonial, hasta el porfiriato, y a lo largo del siglo XX, se ha relacionado invariablemente con los pueblos indígenas que alguna vez vivieron en y del espacio lacustre, cara opuesta del desarrollo y la modernidad. El agua no solo era un enemigo a vencer, sino también, desde una mirada racista, representaba una etapa atrasada y primitiva que se debía de superar y transformar.
III
La trascendencia histórica del proceso de conquista hídrica permite observar el enfrentamiento entre el desarrollo de la urbanidad y las distintas formas de controlar los elementos naturales del entorno según distintas condiciones históricas, proyectos políticos y necesidades económicas. La conquista hídrica es, además, producto de un proceso de metaforización militar resultante de la supuesta oposición entre el ser humano y la naturaleza. Para poder declararle la guerra a los fenómenos naturales, para concebirlos como enemigos, éstos deben ser parte de lo ajeno y de lo extraño.
En dichos términos metafóricos, esta guerra se ha peleado con distintas armas, algunas conceptuales y otras materiales. El desarrollo científico y tecnológico y su aplicación para la gestión del agua en el ex-espacio lacustre, ha abierto la posibilidad para reconocer la complejidad que implica luchar contra el agua.
En ese sentido consideramos crucial estudiar la historia de la ciudad más allá de categorías urbanas, sino también con categorías ambientales. Atender la relación humano-naturaleza aplicada al estudio de la ciudad abre las puertas a comprender la complejidad de los problemas socioambientales urbanos. El concepto de medio ambiente, suele remitir a los espacios rurales o ecosistemas silvestres; nutriendo la idea de que la ciudad no guarda relación alguna con la naturaleza. La idea dicotómica sobre la ciudad y la naturaleza se deriva —y es análoga— de la relación humano-naturaleza. El mutuo condicionamiento de ambos factores ha posibilitado la reproducción de las sociedades humanas y su constante interacción en distintas coordenadas espacio-temporales, por lo tanto, es histórica. El estudio histórico sobre los cambios en la relación de las comunidades humanas y la naturaleza, conforman el núcleo de la historia ambiental, propuesta historiográfica en la que se funda el abordaje que se presenta en este breve ensayo.
IV
Posiblemente la mejor forma de aproximarse a la idea de la conquista hídrica sea a través de las grandes obras de infraestructura hidráulica que han aparecido en la ciudad. Estas obras tuvieron como fin la manipulación de los cuerpos y flujos de agua de la cuenca y marcaron el camino para el desarrollo de la ciudad. En ellas se expresa de forma clara la estrecha relación entre las categorías urbanas y ambientales desde una perspectiva histórica.
La transformación de la cuenca del valle de México no comenzó con la llegada de los españoles, ya en 1449, bajo la dirección de Nezahualcóyotl se construyó el primer albarradón, un muro para evitar inundaciones y separar el agua salada del agua dulce, el segundo albarradón se construyó 5 décadas después en tiempos de Ahuizótl. Estas obras concebian el agua en estrecha relación con su hábitat, como obras pasivas que permitian una mejor relación con el territorio y aprovechaban sus cualidades ambientales a su favor.
Esta intervención por parte de los mexicas se puede entender como parte del proceso de adaptación y manejo de las aguas de su cuerpo lacustre, conformado por los cinco lagos: Texcoco, Xochimilco, Chalco, Zumpango y Xaltocan. Sin embargo, no consideramos que estos procesos formen parte de la conquista hídrica, pues el motor de ésta es la destrucción del espacio lacustre en nombre de la ciudad de la mano de la conquista española.
Ya para mediados del siglo XVI, establecida la conquista y bajo el mandato del virrey Luis de Velasco se construyó el albarradón de San Lázaro, la primera obra hídrica de la conquista. No pasó mucho para que se plantearan y comenzarán a construir las primeras grandes obras de infraestructura hídrica de la colonia, el Tajo de Nochistongo y el túnel de Huehuetoca, que marcaron el camino que seguiría el valle de México transformando su sistema hidrológico en uno hidráulico [3] . El tajo de Nochistongo y el túnel de Huehuetoca, fueron consideradas las obras más importantes de toda América durante la colonia. Fueron presentadas al cabildo en 1555 y planteaban desviar el río Cuautitlán por medio de un canal que atravesaría las montañas de Huehuetoca para finalmente conectarlo con el río Tepeji y de ahí al mar. Esta obra fue la primera salida artificial de la cuenca endorreica. Según Matthew Vitz, el canal de Huehuetoca comenzó como una obra de infraestructura más para proteger al capital inmobiliario de las inundaciones que como una estrategia de salud pública [4]. ¿Por qué todavía hoy llamamos a la cuenca del valle de México una cuenca cerrada, cuando esta tiene, desde hace siglos, aperturas artificiales? Si un evento geológico abriera de forma natural la cuenca, no dudariamos en dejar de nombrarla como cerrada, pero ¿porque no es así con sus transformaciones humanas? ¿Qué nos dice esto de la forma en la que entendemos la naturaleza y su relación con los humanos?
La intención de desecar el lago fue un paradigma del crecimiento de la ciudad. Sin embargo, algunas voces como la del naturalista y polímata José Antonio Alzate, quien era consciente de que la fertilidad y salud de las tierras de la Ciudad de México y sus alrededores dependía de la presencia del agua. En esos términos, se pueden encontrar ciertos pasajes de sus Descripciones topográficas del Valle de México (1791) en los que considera negativa la desecación de los Lagos, pues afectaba al clima, la salubridad y la vida de los pobladores. Para Alzate, a diferencia de otros pensadores, las grandes construcciones de la Ciudad, no representaban grandeza en sí, sino la destrucción del espacio lacustre: México no era una ciudad de palacios, sino de lagos paulatinamente destruidos por los mismos palacios.
En el México Independiente existieron importantes actores que defendieron la conservación de los lagos como la mejor estrategia para formar un ambiente saludable en la ciudad, evitar la desecación y la erosión del suelo, además un importante lago podría proveer fuente de transporte, estaría rodeado de espacios verdes y motivaría el desarrollo de los barrios y pueblos ribereños. Con la historia como prueba, la infraestructura de gran escala prevaleció. Matthew Vitz explica este fenómeno por dos principales razones, por un lado la ingeniería monumental iba de la mano con el capitalismo incipiente, además de que la desecación abría nuevas tierras para invertir y protegía de las inundaciones a los inmuebles existentes, y por otro lado, el drenado era una práctica común en el mundo capitalista y occidental “desde las miasmas de Oderbruch en Prusia hasta el Valle Central de California”. Algunos expertos veían estas intervenciones en términos de una conquista, sosteniendo que el ingenio humano podía deshacer todos los obstáculos de la naturaleza para el progreso urbano.
Los gobiernos del siglo XIX prosiguieron con el sueño español de la conquista de desaguar el valle de México, en 1865, Maximiliano de Habsburgo autorizó el inicio de las obras para el gran canal de desagüe. El proyecto que le presentaron, escribe Jorge Legorreta, era muy parecido a uno realizado décadas antes, en 1848 por M.L. Smith, un ingeniero estadounidense perteneciente al ejército norteamericano invasor de México en 1847. En 1885 comenzó la construcción del Gran Canal de Desagüe del Valle de México, construido por los capitalistas ingleses Read and Campell y Sir Weetman Pearson. Porfirio Diaz, quien consideraba que con esta obra se dejaba atrás el pasado indígena arraigado al espacio lacustre, tuvo un interés particular en el proyecto y él mismo inauguró la obra, presentándose como el logro máximo de su gobierno.
Los sistemas de drenaje del siglo XIX y principios del XX comenzaron a fallar a mediados del siglo pasado, el agua se desplazaba por gravedad, sin embargo el hundimiento de la ciudad, por la extensa construcción de pozos, en este momento causó que el área urbana llegará a una cota más bajo que el propio lago, por lo que se implementó un sistema de bombeo y se decidió años después, construir el Drenaje profundo que es considerado el drenaje urbano más grande y extenso del mundo, cuenta con dos túneles interceptores, el oriente y el emisor central, de hasta 6 metros de diámetro y con una profundidad máxima de 240 m, fue inaugurado en 1975.
Conforme las aguas del lago desaparecieron, emergieron distintos problemas que antes eran invisibles. El proyecto original de desecar el lago y construir una ciudad, así como el crecimiento vertical y horizontal de la urbe, no tomó en cuenta que el subsuelo húmedo causado por los remanentes del lago —así como la ubicación de la ciudad en una zona altamente sísmica—, significaría uno de los riesgos más importantes para la vida urbana. La empiría que emana de los distintos terremotos que afectan más a la ciudad en función del crecimiento de ella, ha dado la lección a los habitantes de la Ciudad. Otros ejemplos de los problemas derivados y creados por la incesante lucha contra el agua son los hundimientos causados por la extracción del agua de los mantos acuíferos y la falta de espacios de absorción e infiltración, el gasto energético de importar agua de otras zonas (que equivale a toda la energía usada en Puebla) y la contaminación de los cuerpos de agua.
V
Hoy existen múltiples propuestas de diversas escalas que se proponen replantear la concepción del agua, en los ríos y lagos, desde una perspectiva restaurativa y armoniosa. Desde los ambiciosos planes de Kalach et al, de recuperar los lagos al oriente de la ciudad junto con la infraestructura aeroportuaria, hasta El parque la Quebradora de Manuel Perló Cohen, Loreta Castro-Reguera, Yvonne Labiaga Peschard y Elena Tudela Rivadeneyra para captar y tratar el agua de los escurrimientos de Iztapalapa dentro de una infraestructura de espacio público. Sin embargo, y con estos esperanzadores proyectos en la mira, nos preguntamos: ¿hasta qué punto estos proyectos y/o ejercicios imaginativos para restaurar el lago o los proyectos hídricos, hieren o ponen en entredicho el sistema urbano depredador? Si algo hemos aprendido con la propia ciudad es que no se pueden pensar de forma disociada las categorías urbanas y ambientales, mientras la ciudad siga creciendo y produciendo dentro de un sistema voraz, como el que describió agudamente la pluma amiga y sabia de Julián Ramírez, en su primera entrada en este bestiario: ¿hasta que punto puede funcionar la restauración ambiental?.
De lo que no hay duda es que es necesario y urgente replantear —primero— las formas en las que entendemos la ciudad y la naturaleza, y con esto, la restauración lacustre y la transformación urbana implican transformar la perspectiva histórica del agua en la ciudad, para dejar de verla como una amenaza. Hay que declarar el armisticio, (aunque mientras la ciudad siga creciendo, esta posibilidad se diluye), frenar la lucha contra ella y comenzar a entenderla como un bien común, un eje protagónico del ecosistema, un símbolo cultural dentro del paisaje, un elemento con el que debemos relacionarnos de una forma no autodestructiva. La imaginación, proyección, restauración y construcción de una relación de coexistencia responsable con el agua es, con seguridad, la única forma de seguir aquí, sin ahogarnos ni deshidratarnos hasta la muerte.
Referencias bibliográficas:
[1] Este texto fue publicado originalmente en el blog de Galimatías, y una versión extendida de este trabajo fue presentado en el Congreso Internacional de Sustentabilidad 2020 de la Universidad Iberomaericana (CIS Ibero). https://medium.com/@galimatias.mx/la-conquista-h%C3%ADdrica-f3d390684b28
[2] Cfr. Sven Lindqvist, Terra Nullius: A Journey Through No One's Land, Nueva York, The New Press, 2007.
[3] Loreta Castro-Reguera, La crisis del agua y la metrópoli. BBM Biblioteca básica de las Metrópolis y Siglo XXI editores. Ciudad de México, México. 2018.
[4] Matthew Vitz, A City on a Lake: Urban Political Ecology and the Growth of Mexico City, Durham, Duke University Press, 2018.
[5] Jorge Legorreta, El agua y la Ciudad de México, de Tenochtitlán a la megalópolis del siglo XXI. UAM-A. México, 2006.
Arq. Santiago Echarri
por la UNAM
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