Íbamos llegando a la presa de La Boca y, en un abrir y cerrar de ojos, estaba seca.
Taaaan seca, que podía caminar sobre ella y pisar, con mis botas, el suelo que alguna vez se veía como un lago. Las grietas no mentían: esto en su momento estuvo húmedo. A lo lejos, un pescador local intentaba sacar algo del incipiente charco que quedaba en el valle. No lo logró –hasta donde yo pude notar–.
Sí, lo habíamos visto en las noticas. Sí, sabíamos que, de acuerdo a los datos oficiales, había una sequía en Nuevo León. Tampoco éramos neófitos en el asunto y por ende, estábamos conscientes de lo que podíamos encontrarnos. Pero aún así, algo dentro de uno no lo quiere creer hasta verlo de frente. Aún así, algo tan complejo de entender se podía explicar en una simple oración: ya casi no había agua.
A inicios de año, el gobierno de Nuevo León emitió una alerta por falta de agua. A mediados, las alarmas se encendieron después de que las reservas de la presa de Cerro Prieto y La Boca llegaron a menos del 5% de su capacidad. La advertencia no fue casualidad y, casi paralelamente, el gobierno mexicano declaró el inicio de la emergencia por sequía a través del monitoreo de la Comisión Nacional del Agua (Conagua).
Para mediados de agosto, la situación era catastrófica –por decir lo menos–. En total, 38 de los 51 municipios de la entidad presentaban condiciones de sequía; es decir, el 74,5% de las localidades, según el Monitor de Sequía en México.
Con la misma, viajamos a Monterrey a finales de agosto al lado del equipo reporteril del medio digital Telokwento y de la oganización CasAgua a la espera de dar parte de la situación y entender los porqués de este desgaste hídrico.
La expectativa se convirtió en realidad. Las personas en los barrios, en los taxis, en las calles, en las plazas y en las tiendas, muchas veces asentaban, tímidamente con la cabeza, cuando les preguntábamos si les faltaba el agua.
“Esto no pasaba antes”, me contaba una señora del municipio de Pesquería –a las afueras de la capital– que estaba cargando cubetas que fue a llenar a un centro de acopio municipal. Esta localidad había sido una de las más afectadas, pero de a poco, estaban saliendo adelante.
A su vez, no está de más visibilizar que, en medio de toda esta crisis, organizaciones como Agua Regia A.C apoyaron a gobiernos municipales y a las comunidades de la zona para colocar sistemas de captación de agua de lluvia y filtración en un intento por brindarles acceso a este bien que, en teoría, es un derecho, pero al parecer está dejando de ser de todos.
Mismo escenario y misma crisis con el pueblo mágico de Santiago, aledaño a las casi extintas aguas de La Boca. Ahí, las personas, cohibidas, guardaban silencio, pero otras, aseguraban que su presa históricamente había tenido agua hasta que, en los últimos meses, se desvaneció repentinamente “por algo”.
Ese “algo” tal vez es un todo; pero en ese “todo”, hay dardos precisos. Expertas y expertos han insistido en que las responsables son, en gran medida, las empresas extractivistas de la región, a las que poco les ha importado resguardar este bien, siempre y cuando sus ganancias estén intactas. Los domésticos, la desigualdad en el acceso y los malos hábitos de cuidado, tampoco han ayudado mucho. La poca transparencia que hay en torno al uso del líquido, deja secas las posibilidades.
Así, Monterrey y, en general Nuevo León, habían entrado en su propia Hora Cero. Las culpas o las posibles causas, en este punto drástico, ya hasta sobraban, porque al final… la gente ya no tenía agua.
***
Pero días después, el milagro cayó del cielo… y llovió.
Septiembre literal vino como un balde de agua fría para las y los regiomontanos, que vieron en las tormentas, esperanza y hasta incluso, inundaciones.
Hasta el gobernador de Nuevo León, Samuel García, dijo, entusiasmado, que se trataba de una serie de lluvias que no habían llegado “en años”. Con ello, informó que se reestablecería el servicio de agua para la capital y localidades aledañas tal y como estaba antes de la emergencia por sequía.
Pero, entonces, una pregunta resonaba en mi mente y puede que en la de alguna otra persona curiosa –o perspicaz–: ¿Así de sencillo se resolvía lo que parecía el apocalipsis hídrico en la región?
Lo dudo.
Más aún después de lo que vi en la presa de La Boca que, para este entonces, informaban que, por las precipitaciones, ya estaba por encima del 30% de su capacidad.
Pero claro está que el agua se volverá a acabar si es que no se aprende nada de esta crisis. Claro está que, si uno viene del futuro, podrá ver que la presa volvió a agotarse a causa de la nula atención que la sociedad, gobierno y empresas dieron a las sequías del pasado.
Esto va más allá de un gobernante joven o de antaño, azul o guinda, de derechas o izquierdas. Va más de una corporaciones anotándose una estrella en la frente por supuestamente ser “socialemnte responsables” cuando en realidad, sus megaproyectos destruyen comunidades enteras. Va más allá de “cuidar el agua en casa” y tirarla después a la primera oportunidad.
En el futuro, si seguimos sin aprender de las sequías como la de Monterrey, vamos a quedarnos sin agua.
Raymundo Ricárdez
Jefe de Redacción de Telokwento
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